El paisaje es un escenario sosteniendo, una obra de teatro. El volcán, el protagonista, orgulloso de su majestuosidad, irónico al paso del tiempo, inerte y sutil al ecosistema. El sol, su colega, compañero y coprotagonista de esta obra, no por mucho brillar le resta un ápice de protagonismo al interprete principal.
Avanza la escena que se mueve sin movimiento para mis ojos, la combinación de colores y de luz jamás ha sido posible imitarla, magia que no nos cansamos de admirar atardecer tras atardecer, en la ilusión, el sol se deja acoger por la majestuosidad del protagonista de esta obra, el volcán.
Puede parece que es la primera vez que admiro un atardecer en este lugar, incierto...
Comienzo la cuenta atrás, me encanta este momento, en quince minutos caerá la tarde y este día dejará paso a la noche, y esta, a otro nuevo día. Se repite de forma maravillosa como esa canción que no nos cansamos de oír eternamente.
Y una vez más usamos un día, otro y otro, sin reparar en que... no volverán. Con frivolidad e intrascendencia nos deshacemos de los días, estos, pasan a ser recuerdos, que es lo único de nuestra existencia que conservamos, y aunque no lo pensemos, porque enloqueceríamos, modulan nuestra forma de ser, de sentir, se inmiscuyen en nuestros actos, nos definen y convierten en los que somos.
Puede parece que es la primera vez que admiro un atardecer en este lugar, incierto, es la enésima vez... o más.